Los Señores Importantes fue una acción artística que se desarrolló durante varios meses en forma de una campaña de adopción tan lúdica como crítica: la adopción de hombres y mujeres “importantes”, con todas las comillas incluidas. El proyecto tenía una fecha límite muy clara: el mes de junio y la noche de la hoguera de San Xoán.
La idea era simple y rotunda: toda pieza que no encontrase a alguien dispuesto a adoptarla sería arrojada al fuego, partiendo de la provocación conceptual de que, si una obra de arte no logra conmover o cautivar a nadie, tal vez no sea arte, sino simplemente leña seca. Y, en efecto, los tondos de madera que servían de soporte eran leña, pero, al recibir el afecto de alguien, se transformaban en algo valioso, revelando (y cuestionando) los sistemas de valor y percepción que determinan qué consideramos arte, o importante.
La serie retrataba perfiles arquetípicos, satíricos e instantáneamente reconocibles: un catálogo tan hilarante como mordaz, donde convivían figuras históricas como Diógenes Laercio, el pequeño Nerón o Champollion con personajes como el Poeta Nacional, el Gran Emprendedor o el Caballero de la Estupidez Humana. Durante seis meses, estos 45 personajes recorrieron distintos espacios expositivos de Galicia, hasta llegar a la noche del 23 de junio. Esa noche, bajo las llamas simbólicas de San Xoán, algunas de las piezas fueron finalmente quemadas.
Este proyecto tiene para mí un significado profundamente personal. Surgió en un momento de duelo intenso, y poder decidir cómo termina algo fue inmensamente liberador. El acto de quemar formaba parte esencial del proceso creativo desde el principio. El evento final tuvo lugar en un entorno íntimo, acompañado por vecinas y vecinos del pueblo de Mallas, en un gesto compartido que mezclaba ceremonia rural, arte efímero y ritual colectivo. Para mí, fue una experiencia profundamente catártica.
Porque, al final, hay una cierta dignidad, e incluso una forma de honor, en saber poner fin a lo que ya ha concluido.












